sábado, 30 de enero de 2010

La deshumanización del Arte

Metodología, lenguajes y técnicas en la creación de la obra pictórica y en su conservación.
RECENSIÓN por Isabel Cercós

ORTEGA Y GASSET, La deshumanización del Arte, Madrid, Alianza Editorial, 1981.




La deshumanización del arte de Ortega y Gasset es situada en el arte nuevo de principios del siglo XX. Es un arte marcado por el asco y rechazo a lo humano que se va forjando en la impopularidad y hace burla hasta de sí mismo.

El autor, Ortega y Gasset, se encontró con que el camino más fácil para el logro de su objetivo definidor provenía de un fenómeno sociológico. Se inicia el arte nuevo con su impopularidad en virtud de su destino esencial.

Distinguiendo lo impopular y lo no popular, incluye el arte joven en el primero de los términos. La obra de arte actúa en la división de la sociedad en dos sectores absolutamente antagónicos. Lo importante del arte desde el punto de vista sociológico es que fragmenta la sociedad en los que entienden y los que no entienden. En consecuencia, el entender se posiciona como principio diferenciador.

Así como el Romanticismo, estilo popular por excelencia, conquistó los corazones de las personas por su entrañable relación con lo social, el arte nuevo viene movido por inquietudes que lo contraponen. El arte nuevo no es para todo el mundo sino para una minoría especialmente dotada. A causa de este afán ha ganado su impopular fama.

En los dos hemisferios sociales divididos por este nuevo arte se halla: por una parte, la masa uniforme sumergida en la vulgaridad y la vanidad; y por la otra, una minoría entendida. No se trata de que a la mayoría no les guste y a la minoría si, sino que la mayoría no lo comprende.

El primer sector, al no alcanzar el arte joven, se muestra indignado, irritado ante el arte nuevo. Hecho que fomenta la impopular fama del arte de los jóvenes. La masa está acostumbrada a predominar en todo, y ante esto se siente ofendida, en inferioridad. Ortega y Gasset les dedica un bonito símil en el que los hace actuar como lo hacen los mulos, sin entendimiento alguno.

La segunda posición de minorías no se siente ofendida ante el arte joven porque, le guste o no, lo entiende. Entonces, el arte nuevo es por y para los entendidos, que destacan ante la inmensidad del gris. Este arte favorece a que la minoría entendida se conozca y reconozca entre la uniforme masa.

Viendo que el arte nuevo no es para el público general, sino para una particular minoría, ¿qué es de lo que goza la mayoría y qué es el verdadero goce estético?

Para la masa, una obra es buena según su logro en la transmisión de pasiones humanas. Para ellos, contemplar el arte, no requiere de una actitud que se aleje de la que adoptan habitualmente para su vida. Las figuras y las pasiones humanas acaparan su atención y llaman arte a todos los medios por los que reciben dicho goce.

Se afirma, con contundente claridad, la incompatibilidad de lo humano con el estricto goce estético del arte, aferrándose a la idea de que son pocos los capaces de disfrutarlo. Alegrarse o sufrir con los destinos humanos que la obra de arte nos puede presentar es muy diferente del verdadero goce artístico. Esa ocupación con lo humano de la obra es incomparable con la estricta unción estética. Gasset lo expone a modo de divergencia en la acomodación ocular en cada uno de los actos. Para fijarse en lo artístico hay que alejar la vista de lo humano.

Es ejemplificado con el observar de la ventana. Si nuestra acomodación visual es inadecuada no veremos el objeto, o lo veremos mal. Cuando desde la ventana miramos el jardín que se encuentra al otro lado, nuestra mirada penetra en el vidrio sin detenerse en él, pasará desapercibido. Pero luego, haciendo un esfuerzo, podemos desentendernos del jardín y fijar la visión en el vidrio. Entonces el jardín desparece a nuestros ojos y de él sólo veremos unas manchas de color confusas que parecen pegadas al cristal. Ver el jardín y ver la ventana son dos cosas incompatibles: una excluye a la otra y requieren de acomodaciones oculares diferentes. Hemos de ver sólo un cristal, una imagen irreal, una ficción. Si se ve el jardín se “convive” con él, sino se “contempla” un objeto artístico como tal. La mayoría de gente es incapaz de acomodar su atención en el vidrio que es la obra de arte.

Durante el siglo XIX, los artistas han procedido demasiado impuramente. Hacían consistir prácticamente toda la obra en la ficción de realidades humanas. Productos de esa naturaleza, sólo parcialmente son obras de arte. Se comprende con ello que el arte del siglo XIX haya sido tan popular: está hecho para la masa indiferenciada en la proporción en que no es arte, sino extracto de vida.

La multiplicidad de posicionamiento ante un mismo hecho es evidente. Una misma realidad surge como una distinta cuando es mirada desde un punto de vista u otro. Lo importante es nuestra capacidad por clasificar estos puntos de vista. Para lograr que un hecho se convierta en objeto hay que separar su lado humano que es el que nos involucra a él. Para hablar con claridad hay que distanciarse. Cuanto más grande sea el lado de alejamiento más liberados convergimos para convertir el suceso en puro tema de contemplación.

Hasta aquí, el deshumanizar se asume con la pretensión de que la obra no sea nada más que una simple y sencilla obra de arte. Aunque sea imposible un arte puro, no hay duda alguna de que cabe una tendencia a su purificación que llevará a una eliminación progresiva de los elementos humanos.

Esta deshumanización nos obliga a tratar las obras de arte como objetos de los que emergen emociones y sensaciones puramente estéticas. El hecho consiste en pintar algo que se parezca lo menos posible a dicho algo, lo que no significa que deba parecerse a otra cosa completamente diferente. El placer estético del arte joven radica en su posicionamiento, esto es por encima de lo humano, y para ello es necesario saber lo que se pisotea.

Sigue la deshumanización del arte. Lo humano, los elementos que integran nuestro mundo habitual posee una jerarquía de tres rangos: el primero es el orden de las personas; el segundo, el de los seres vivos; y el tercero, el de las cosas inorgánicas. El arte nuevo radica a la altura jerárquica del objeto.

El arte no puede consistir en el contagio psíquico porque éste es un fenómeno inconsciente y el arte todo ha de ser plena claridad. El deleite por la belleza no pasa nunca por la melancolía o la risa. El placer estético tiene que ser un placer intelectual.

Durante el último siglo, el núcleo de la obra de arte insistía en hacer de espejo de vida. Los jóvenes artistas sostienen lo contrario, y es más, añaden que lo más arraigado resulta lo más sospechable. Mirar el arte con la mentalidad del siglo pasado es reducir su abanico de posibilidades. El arte incrementa la realidad. Hay que evitar que lo humano se sitúe nuevamente como centro gravitatorio. En este punto es donde ha flaqueado incesantemente el arte del siglo XIX que, dejando de lado su evolución estética, se recreó en el andar de las vivencias humanas.

La metáfora permite salir y mantenernos alejados de lo real con mayor facilidad y crear, entre la realidad, imaginarios arrecifes. No siendo el único, concibe la metáfora como el mayor instrumento del que dispone la deshumanización. Ese suplantar una cosa por otra, con el afán de huir de ella, es una aptitud verdaderamente extraña en el hombre. Este acto es el logro más sublime. El poder separarse, evadirse de lo real requiere de una gran astucia.

El tabú, con su pretensión de evitar la realidad, origina la metáfora permitiendo al artista aplicarle nuevos y numerosos usos. En poesía, por ejemplo, es empleado para embellecer lo real, pero de igual modo se puede volcar en rebajar la miserable realidad.

Siguiendo con los instrumentos de los que dispone la deshumanización encontramos el cambio de perspectiva habitual. Lo real dispone de una jerarquía valorativa y para la deshumanización se puede incidir en la destrucción de este escalafón estamental. La descodificación de lo codificado podría consistir en hinchar y venerar lo más insignificante de la vida, poner como protagonista todo aquello que resulta atendido en su habitual de vida.

Entonces vemos cómo la metáfora le da la vuelta a la tortilla. Tenemos la tendencia de pensar que la realidad es la idea que tenemos de ella. Pero lo real intenta contener la idea que rebosa de ella y eso beneficia a la idealización de la realidad intrínseca en el ser humano.

El deshumanizar es invertir este proceso, es tomar estas ideas que se escapan y hacerlas vivir como los bosquejos subjetivos que son. Estas ideas son irrealidades y tomarlas como realidad es idealizar. Un cuadro es cuadro cuando ha renunciado a la realidad que presenta. Para hacer un cuadro hay que girar los ojos y fijarse en lo subjetivo alejándose del exterior, de lo real.

El objetivo perseguido por Gasset en la elaboración de dicha reflexión es el de definir el arte nuevo mediante una serie de rasgos diferenciales. Pero su esencia viene motivada por uno objetivo mucho más amplio y profundo.

El cambio de sensibilidad en la sociedad empieza asomando la cabeza en el arte y las ciencias puras, por resultar ser las actividades con menor condicionantes sociales. Si se presenta un cambio de actitud, de manera de pensar, de sentir, luego de hacer, siempre empieza por manifestarse en la creación artística. Después de ver el giro presente que se dirige al asco por lo humano, Gasset se pregunta de dónde viene ese rechazo.

Un claro motivo, pero no por ello el único, es el choque entre la sensibilidad originaria del artista con la tradición del arte, con el arte hecho con anterioridad. Ese encontronazo puede proceder a una reacción positiva o negativa. Se derivará un perfeccionamiento del arte pasado si se sienten acorde con lo ya hecho, o a rechazarlo, haciendo un giro, si estos no se sienten en concordancia. Habrá dos modos de actuación: un darle de la mano a la tradición para mejorar el arte; o un agresivo ataque directo.

Atacar el arte pasado es mostrarse en contra del Arte mismo. El odio al arte viene promovido por el odio a algo que se encentra a más profundidad: el odio a una cultura, a una tradición que acaba por mostrarse, en primera instancia, en estas actividades nombradas con menor condicionamiento social.

La nueva sensibilidad está dominada por un asco a lo humano en el arte muy semejante al que ha sentido el hombre selecto ante las figuras de cera. Ante estas figuras de cera todos hemos sentido un peculiar tormento. Cuando las sentimos como seres vivos nos burlan descubriendo su cadavérico secreto de muñecos, y si las vemos como ficciones parecen palpitar irritantes. No hay manera de reducirlas a meros objetos. Y ultimamos por sentir asco hacia aquella especie de cadáveres alquilados.

Hasta llegar al nuevo arte, la tradición había procedido larga y tendidamente en una recreación en lo humano. Lo que Ortega y Gasset llama la deshumanización del arte no es más que el rechazo a este suceso. No es por ello sorprendente que de esta antipatía surja una apatía hacia lo prehistórico. Estando los jóvenes artistas inconformes con su tradición, les atrae lo prehistórico por no venir formado por una tradición anterior.

El arte nuevo se encuentra en esa negación a su tradición y por eso se burla y ataca las pasiones humanas relatadas en el arte romántico.

El arte nuevo ridiculiza el arte. Lo primero de todo es quitar de su camino todo ese sentimentalismo. La tradición pone el arte en una situación de excesiva seriedad y el nuevo estilo se reivindica con la broma. Esto irrita a los serios espectadores del arte con una sensibilidad atrasada a lo que los jóvenes artistas les muestran. Los irritados acusan de farsantes a los artistas del nuevo arte, pero de lo que no se dan cuenta es que serían farsantes si intentaran entender el arte serio del pasado. Lo bonito del arte es que por mucho que se auto flagele siempre sigue siendo arte, su negación es su triunfo.

El arte no tiene mayor trascendencia que una buena taza de café. No es que se tome el arte como una anécdota, sino que el mismo artista se lo toma como una banalidad y justamente por este motivo es por lo que le interesa.

El arte anterior era trascendente por sus importantes temas humanos. Estos eran los que parecían justificar su dignidad. Pero a esa forma de arte le atañía otra manera de pensar. Por aquél entonces, el muchacho deseaba incesantemente dejar de serlo para imitar al hombre adulto. En tiempos del nuevo arte, el muchacho lucha por prolongar su preciada etapa de juventud en la que todo es fácil y bonito. En consecuencia, el arte les atrae por ser una cosa sin importancia.


Todas las características del arte nuevo vienen dadas por esta intranscendencia. El arte nuevo es un arte puro, banal, burlesco, lejos de lo humano, de sus tragedias y pasiones. Su condición de arte no rebosa el ser arte, un humilde objeto que no pretende dignificar e idealizar lo humano sino añadir realidad a la realidad.

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